Sintonizando con la existencia de mi ser desde otra perspectiva, me encontré a mi gran dragón rojo del vientre, tan silencioso que no me percaté de su presencia hasta que me rugió furioso mientras escupía fuego rojo y amarillo de su boca.
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Empuñando el amor y la sinceridad en la palabra y en la acción como únicas fuerzas, me agaché para apaciguarle y liberarle de las cadenas que yo no sabía que lo ataban.
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Me puse en pie y retrocedí mientras él, libre ya de ataduras, se acercaba a mi lentamente.
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Se le iban aclarando los ojos mientras observaba mi mirada, latir y respirar, lejos de todo, en lugares, tiempos y espacios aún sin explorar.
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Sentí que una sonrisa traviesa, medio enigmática, como si quisiera decir sí con la cabeza, se esbozaba en su rostro y asomaba de sus labios de una manera tranquila y firme.
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Yo me arrodillé e incliné mi corazón en una leve reverencia ante mi viejo amigo el dragón, como gesto de respeto y agradecimiento hacia las cartas que me fueron dadas al nacer y que obtuve en el camino. Como acción de humilde aceptación que soy lo que soy en mi totalidad y sin excepciones.
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Fue justo entonces cuando su voz cavernosa, llena de prodigios e infinitas posibilidades, me dijo:
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“-Ahora que todo fluye y converge en tu ser y que ya no luchas cada vez que tu luz y tu sombra nacen y mueren por metáfora, yo te instruiré en la actitud del Ichi-go ichi-e , enseñándote a cabalgar sobre mi espalda, para que transites libre la senda del impecable samurai con los pies bien anclados en la tierra y la vista siempre puesta en las estrellas-“.
SOL ES AMOR 